¡Alexis, muchacho loco, me vas a matar!. Comienzo mis letras tomando para mí la famosa frase del cronista deportivo Sucre Frech, porque de alguna manera, es lo que mejor describe lo que cada nicaragüense sintió la madrugada del primero de julio cuando nos enteramos de la muerte de Alexis Argüello.
Más allá de que ‘El flaco’, ‘El flaco explosivo’, ‘El Caballero del Ring’, ‘El Tricampeón’… o simplemente ‘Alexis’ fuera el Alcalde de los managuas, era nuestra gloria deportiva. Y de plano, la noticia de que se suicidara con un tiro de 9 mm en el corazón, no sólo nos tomó por sorpresa, sino que nos cayó como un balde de agua fría.
Y llevamos tres días desayunando, almorzando y cenando la muerte de Alexis. Nadie habla sobre otra cosa. El impacto no pasa. La incredulidad no cesa. Ni las interrogantes sobre los motivos que lo impulsaron a tomar tan fatal decisión.
Consternados y dolidos, los nicas nos preguntamos por qué, y muchos hasta se atreven a criticar el hecho. ‘Nadie quiere morirse, yo al menos no me quiero morir… quiero vivir siempre para bailar y disfrutar’… Cerré mentalmente mis oídos para no seguir escuchando las palabras de una joven, que llegaron desde una mesa vecina, ayer, en el local donde almorzaba. Y me puse a meditar.
Claro, nadie que está en sus cabales lo desea. Pero me imagino que Alexis no lo estaba. De hecho, también supongo que si no todos, al menos la mayoría de quienes cuestionan su decisión, no tienen la menor idea de qué significa estar deprimido.
“Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”. Así define el diccionario, la palabra depresión.
Yo la defino como una noche sin luna, en la que los sentidos funcionan de manera distorsionada y te encauzan por sendas que ‘normalmente’ no pisarías ni siquiera en broma.
Acariciar la idea de la muerte no es ajeno a los depresivos, por el contrario, es una constante. Y se rumia la idea, y hasta se masculla. Pero nadie te oye, quizá porque sólo lo dijiste entre dientes o simplemente porque muchos te pasaron de largo, sin reparar realmente en esa brasa que llevás en el corazón y que te va consumiendo poco a poco, haciendo que tu interior parezca estar en el mismísimo infierno.
Pero es tu infierno personal, es tu vivencia, muchas veces llevada en silencio, ora entre llantos, ora entre sonrisas, entre máscaras que se deslizan danzantes entre el ‘no pasa nada’ y el ‘me quiero morir’.
Y bueno, fuera como fuere, la idea de la muerte le asestó un jab al Tricampeón para encarnarse en el tiro que le hirió los pulmones, se le alojó en el corazón y -en vez de mandarlo a la lona- lo mandó a la fría caja de madera donde ha permanecido recibiendo el último saludo de sus coterráneos. Y en la que, a partir de hoy en horas de la tarde, espero, su cuerpo descansará en paz.