Por más que sentía la necesidad de pasar por eso, estaba muerta de susto. ¿Dolería mucho o sería satisfactorio? ¿Me gustaría o me dejaría traumatizada? ¿Él me trataría con delicadeza o brusquedad?
Mil y una preguntas me rondaban la cabeza, mientras me recostaba. Era tanto mi nervio que ni siquiera recordaba cómo llegué hasta ahí. Sólo sabía que el corto camino desde la salita hasta ese cuarto me había parecido kilométrico y los pies me pesaban como si fueran de plomo.
La manos me sudaban, me sentía un poco mareada, las piernas me temblaban tanto que casi no podía sostenerme en pie. ¡¡Esa no era yo!! ¿Por qué algo tan sencillo como esto me aterraba tanto?
Creo que en mi fuero interno, de alguna manera yo sabía que sería así. Las referencias que escuché desde niña, me enseñaron que sería una extraña mezcla de sentimientos agridulces, que irían y vendrían entre lo doloroso y lo tremendamente satisfactorio, sobre todo al terminar.
Y cuando vi que él se acercaba a mí, con esa sonrisa casi de santo estuve a punto de desmayarme. ¡Oh my God!, como dicen los gringos -y no se crean, también lo dicen los mestizos como ustedes y como yo que ahora se ha 'agringado'-.
El corazón comenzó a latirme con fuerza, y se me alteró la respiración... no sé a ciencia cierta si fue por la emoción de que de una vez por todas tendría tan memorable encuentro, por miedo a no saber qué hacer y quedar ante él como la más tonta o porque en ese momento lo único que yo quería era ponerme a llorar.
"No temás chiquita, todo va a salir bien", me dijo. Y agregó: "que no te dé pena (vergüenza pues, que los nicaragüenses decimos así), yo te comprendo, es normal que estés nerviosa, pero te voy a tratar tan bien, que vas a querer volver". Ay madre mía, esas palabras me derritieron el corazón y no pude contener las lágrimas.
Pero, alto ahí... ¿chiquita? ¿me dijo chiquita? Pero si yo ya era toda una mujer. Entonces comprendí que este hombre era un verdadero ángel, que realmente deseaba hacerme sentir bien y que -lo mejor de todo- era un verdadero profesional en lo suyo.
Así que, me limpié las lágrimas con el dorso de las manos, le ofrecí mi mejor sonrisa, respiré profundo, me relajé y suavemente musité: "está bien doctor, ya estoy lista; puede extraer la muela". Por primera -y única vez- me extraerían una pieza dental (muela cordal). Y felizmente pude comprobar que pese al dolor postoperatorio, las molestias son mínimas en comparación con la tremenda satisfacción que te brinda tener una dentadura sana.
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- La Nitos
- Managua, Nicaragua
- Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.
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