Durante 5 años, 7 meses y 16 días me repetí lo que creí una verdad pero resultó no serlo. Quise convencerme de que así era, pero el momento de la verdad llegó con la muerte de tu padre. Creí que la muerte del mío estaba superada, pero no.
Cada partícula de mi ser se estremeció al confirmar la noticia. Mis piernas temblaban, se me hizo un torozón en la garganta. Recibí ‘flashazos’ mentales…. Imágenes de mi papi inerte, sin aliento, aún tibio, sin poder responderme cuando le pregunté insistentemente por qué había partido de esta tierra, dejándome tan sola. Mi desconsuelo, entonces, no podía ser mayor.
Pero esta vez no era sólo eso. También fue reconocer que, por más que lo grité al viento, no era cierto. No lo es. Aún no he superado la muerte de mi papi.
Y esta noche te vi. Apostada en el muro de mi casa me dediqué a observarte en la vela de tu viejo. Yendo de aquí para allá, atendiendo detalles. Recibiendo besos, abrazos, pésames. Escapando hacia la esquina solitaria y oscura para fumarte un cigarrillo. Dos inmensas bocanadas fueron suficientes para acabarlo.
Comprendí que esa noche no podría conciliar el sueño. Los recuerdos del velorio de mi padre realizaban una extraña danza en mi mente y me dejaron intranquila. Lo suficiente como para decidirme a pasar la noche en vela, desde mi muro transmitiéndote mi calor, solidaridad y fuerza. Diciéndote ‘aquí estoy’ a mi manera. Nuestra manera. A través de ese código silencioso de comunicación que hemos practicado durante las últimas semanas.
Debo confesar: esta vez quise ser diferente, quise romper el silencio, pero no pude. Simplemente permanecí…. Como diciéndote con cada respiro, que podés contar conmigo.
Porque te comprendo. Porque ambos hemos perdido. Porque sé que la ausencia pesa aún más con el paso del tiempo y la tragedia de la pérdida se va convirtiendo en un pequeño hilo doloroso que se funde en tus nervios.
Te vi suspirar. Tus labios se abrieron para dar paso a un quejido silencioso exhalado por tu alma. Al fin, sin querer, me mostraste un atisbo de tu fragilidad y deseé abrazarte. Quise que mis brazos rodearan tu cuerpo moreno, que descansaras tu cabeza en mi hombro y que nuestras lágrimas se fundieran en notas de 4-40, tan armónicamente salidas del corazón.
Vos llorarías por tu padre. Yo, por los silencios, por las miradas, por los fuertes latidos. Por vos. Por mí.



