El día que me muera no habrá llantos ni lamentos; no vendrán extrañas plañideras a posarse junto a mi féretro ni lluvias ni calores aparecerán para empañar el momento.
El día que me muera será perfecto. El sol enviará sus hermosos rayos para entibiar a todos, mas, consciente del festejo, lo hará con moderación. Las flores adornarán las aceras vistiéndolas de mil colores, y esperarán pacientes mi paso por su lado, cuando vaya rumbo a mi morada final.
Comenzaré mi travesía un poco con ansia y otro poco con empeño. El cruce por las oscuras aguas será corto, con la ayuda de Caronte. Luego desembocaré en el grandioso mar, cuya brisa cubrirá mi cuerpo mientras mi lacia melena –bailarina y traviesa- se mueve al ritmo del viento.
Abriré los ojos cuanto pueda para extasiarme viendo el horizonte dibujado con crayolas azul celeste y tocaré, al fin, esa inmensidad que tantas veces vi mientras mis pies descalzos caminaban sobre la húmeda arena.
El día que me muera…. Ese día… renaceré. Con cierto desdén alejaré de mí al dolor que me aqueja y mi alma liberada podrá sonreír de nuevo. Miles de luciérnagas iluminarán mi camino evitando que tropiece en mi carrera hacia vos.
El día que me muera te veré… y estaré feliz.
A la memoria de mi padre, quien falleció el 1 de octrubre de 2004


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