Muertes cortas, con lentas agonías. Amaneceres de luto precedidas de largas noches invadidas por un sinfín de pensamientos dolorosos y sufridos. A todas se las llevó el viento. Todas forman parte del pasado que parece lejano, pero que –al menos, simbólicamente- están a tan sólo seis días, porque fueron vividas a lo largo del 2011.
Eso me dejó el año viejo: situaciones adversas en cadena, de los más variados tipos, colores y olores. Con baterías de larga duración incluidas. Pero también me dejó pequeños renaceres, nuevas visiones de la vida, de mi aquí y mi ahora. Me dejó mayor estatura, más paciencia y un tanto de resignación (lo cual, ojo, no significa zona de confort).
Nuevas experiencias, lecciones aprendidas, mayor conocimiento de mí misma, de mi entorno. Muchas lágrimas, pero más fuerza. Varias caídas con igual número de levantadas. Soledades y sonrisas. Sueños, esperanzas. Proyectos fallidos, ilusiones perdidas y de nuevo encontradas. Emociones intensas… Cantos de sirena que en algún momento lograron alejarme del camino y manos bondadosas que me tornaron antes de caer al abismo.
Gentes buenas se cruzaron a mi paso. Me reencontré con amigos de antaño. Amo y me siento de los cercanos más amada. Solventé situaciones, enfrenté problemas. Libé los néctares de las horas fraternas y la solidaridad de vecinos, conocidos y parientes…


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