jueves, 29 de enero de 2009

Bienes comunes


Este escrito me parece sencillamente hermoso. Mi buena amiga Ana Eugenia lo hizo llegar a mi email, así que busqué el enlace y decidí compartirlo con ustedes. Me hizo reflexionar un poco sobre la forma en que se dio mi propio divorcio y felizmente siento que me quedé con muchas cosas de las que menciona Roberto en su carta...

Estimada Cristina:
Ayer recibí una misiva de tu abogado donde me invitaba a enumerar los bienes comunes, con el fin de comenzar el proceso de disolución de nuestro vínculo matrimonial. A continuación te remito dicha lista, para que puedas solicitar la certificación al Notario y tener listos todos los escritos antes de la comparecencia ante el tribunal.

Como verás, he dividido la lista en dos partes. Básicamente, un apartado con las cosas de nuestros cinco años de matrimonio con las que me gustaría quedarme y otra con las que te puedes quedar tú. Para cualquier duda o comentario, ya sabes que puedes llamarme al teléfono de la oficina (de ocho a cuatro) o al móvil (hasta las once) y estaré encantado de repasar la lista contigo.

Cosas a conservar:
- La carne de gallina que salpicó mis antebrazos cuando te vi por primera vez en la oficina.
- El leve rastro de perfume que quedó flotando en el ascensor una mañana, cuando te bajaste en la segunda planta, y yo aún no me atrevía a dirigirte la palabra.
- El movimiento de cabeza con el que aceptaste mi invitación a cenar.
- La mancha de rimel que dejaste en mi almohada la noche que por fin dormimos juntos.
- La promesa de que yo sería el único que besaría la constelación de pecas de tu pecho.
- El mordisco que dejé en tu hombro y tuviste que disimular con maquillaje porque tu vestido de novia tenía un escote de palabra de honor.
- Las gotas de lluvia que se enredaron en tu pelo durante nuestra luna de miel en Londres.
- Todas las horas que pasamos mirándonos, besándonos, hablando y tocándonos. (También las horas que pasé simplemente soñando o pensando en ti).

Cosas que puedes conservar tú:
- Los silencios.
- Aquellos besos tibios y emponzoñados, cuyo ingrediente principal era la rutina.
- El sabor acre de los insultos y reproches.
- La sensación de angustia al estirar la mano por la noche para descubrir que tu lado de la cama estaba vacío.
- Las nauseas que trepaban por mi garganta cada vez que notaba un olor extraño en tu ropa.
- El cosquilleo de mi sangre pudriéndose cada vez que te encerrabas en el baño a hablar por teléfono con él.
- Las lágrimas que me tragué cuando descubrí aquel arañazo ajeno en tu ingle.
- Jorge y Cecilia. Los nombres que nos gustaban para los hijos que nunca llegamos a tener.

Con respecto al resto de objetos que hemos adquirido y compartido durante nuestro matrimonio (el coche, la casa, etc) solo comunicarte que puedes quedártelos todos. Al fin y al cabo solo son eso: objetos.

Por último, recordarte el n º de teléfono de mi abogado (914070485) para que tu letrado pueda contactar con él y ambos se ocupen de presentar el escrito de divorcio para ratificar nuestro convencimiento.

Afectuosamente,
Roberto.

Nota: Ganadora del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor.
(Tomado de www.escueladeeditores.com)

domingo, 25 de enero de 2009

Triste, muy tristemente


Este poema de Rubén Darío -uno de mis favoritos- refleja el estado de ánimo en que me encuentro días como hoy en que, pese al inmenso sol que nos alumbra, lo siento gris.

Un día estaba yo triste,
muy tristemente
viendo cómo caía el agua de una fuente.
Era la noche dulce y argentina.
Lloraba la noche.
Suspiraba la noche.
Sollozaba la noche.
Y el crepúsculo en su suave amatista,
diluía la lágrima de un misterioso artista.
Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.

Mi vestido 'inglaterrano'


Lo recuerdo como si fue ayer. Yo, muy a mis 4 años, recibí con alegría el regalito que me trajo mi tía luego de pasar varios meses en Inglaterra -donde fue a estudiar inglés- y hacer un breve recorrido por Europa: un vestido manga larga, de botones al frente, rojo con ojitos blancos. Y un 'bulto' (una suerte de bolso con tapadera y dos fajitas de cuero al frente) escolar a cuadros, con fondo verde.

Todo habría transcurrido dentro de la normalidad si no hubiera sido por un hecho que llamó la atención de los adultos: yo comenté que mi vestido era inglaterrano. Y comenzó la función, señores.... es decir, nadie de mi familia que tuviera la capacidad de comprender mi error, desperdiciaba la oportunidad para preguntarme "¿De dónde es tu vestido, chiquita?", a fin de recibir la consabida respuesta.

Me imagino que usted, estimado lector, al menos una vez en su vida pasó por lo mismo. Ésta es una práctica que he visto repetirse no sólo en mi familia, sino en la de amigos y desconocidos que en lugares públicos hacen lo mismo a sus niños.

Ahora, yo me pregunto, ¿qué impulsa a los adultos a hacer esto?, ¿qué los mueve a mofarse 'inocentemente' de un chiquillo en vez de enseñarle lo correcto?, ¿qué pasa por sus cabezas? Por favor, que alguien me explique.

Es increíble cómo, con nuestros hechos, palabras y actitudes podemos ayudar a fortalecer o desbaratar la autoestima de un menor, su seguiridad en sí mismo, su carácter, su intelecto.

En mi caso, hechos como éste influyeron para que yo fuera una pequeña muy tímida más allá de lo común, temerosa de 'meter la pata' y de que los demás se mofaran de mí.

Por eso, de adulta, trato de ser cuidadosa. Y no es que debamos andar 'con pies de plumas' (con mucho cuidado) como decimos aquí, sino simplemente es que debemos poner a trabajar el poco sentido común que haya en nuestro ser. ¿No creen?

jueves, 8 de enero de 2009

Equilibrio matutino


Dignidad, ante todo. Eso suele decir uno de mis hermanos en son de broma, cuando pasa una situación embarazosa. Pero a veces las circunstancias se acoplan, y hasta se susurran entre sí, diría yo. El objetivo: hacerte pasar la mayor vergüenza de tu vida.

Y ese momento te puede llegar en cuestión de segundos, como aquella nublada mañana en que yo me dirigía hacia la universidad. Estábamos en invierno y, por vivir en un país donde la estación lluviosa -sólo tenemos dos: húmeda y seca- dura seis meses, no resultaba raro que amaneciera lloviznando, luego de una noche de abundante precipitación.

El reloj marcaba unos minutos pasadas las seis. Las paradas de bus estaban llenas y el tráfico ya se comenzaba a incrementar. Pasé un semáforo para subir a la acera, sin embargo debía cruzar la calle para abordar la ruta 119 y llegar a mi centro de estudios.

Me bajé a la cuneta pero inmediatamente retrocedí al notar la cercanía de un bus. De pronto me sentí atrapada pues en la acera había un charco y no podía bajarme porque el autobús me arrollaría. Así las cosas, comencé a caminar como equilibrista al borde del andén, pero resbalé.

Evitando por todos los medios caer al agua sucia, incliné el cuerpo hacia adelante y una pierna hacia atrás, mientras abrí los brazos (como haciendo el 'avioncito') y repetí la "operación no-caer" a cada paso. Pero, en uno de los cambios de pie me deslicé y en vez de pisar nuevamente la orilla de la acera, caí en la cuneta. Me suspendí más veloz que un rayo (recuerden que un bus se acercaba) y comencé casi a correr sobre el borde, siempre en posición de avión.

Tras unos segundos interminables y casi seguramente un par de metros recorridos en tan penosa pose, finalmente llegué a una parte seca y pude enderezarme. Me erguí con una sonrisa genuina en mi rostro y convencidísima de que al menos un par de decenas de ojos se habían despachado desde palco, el pequeño show.

Todo sucedió justo a tiempo para ver la 119 estacionada al frente. "Qué jodido", me dije, "dignidad ante todo". Así que me acomodé la mochila al hombro, crucé rápidamente la calle y abordé la ruta que, más que llegar a tiempo, había llegado en mi rescate.

Datos personales

Mi foto
Managua, Nicaragua
Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.