sábado, 23 de mayo de 2009

Gotas de tristeza



El corazón late tan rápidamente que parece que saltará del pecho. Y no es para menos. Me encuentro sola en la casa, frente a la computadora, viendo los reflejos de los relámpagos a través de las ventanas que tengo a mi derecha. Casi por inercia, cierro los ojos, sobrecogida, levanto mis hombros como deseando que me cubran -cual caparazón a la tortuga- y espero... brummm. El trueno no se deja esperar.

Le tengo horror a ese sonido, y a lo que representa... por supuesto. Pero, en medio de mi aflicción, me descubro acongojada. No sé cuándo lo supe exactamente, pero desde hace mucho tiempo me di cuenta que cuando llueve me siento triste.

Por vivir en un país cuya economía es eminentemente agrícola y ganadera, en general se considera el invierno, una bendición. El asunto es que aquí esa estación dura seis meses, para mí eternos.

Fue hace cosa de un par de años. En el lugar menos esperado la charla tomó un giro: la tristeza estacionaria. Quien tenía la palabra preguntó: "¿han notado que el estado de ánimo de algunas personas varía con las estaciones?". El tipo de tez clara, de mediana estatura y cabello canoso capturó inmediatamente mi atención. "Es porque generalmente les trae recuerdos, cosas que quedaron dormidas allí en su subconsciente..."

La meditación al respecto no me llevó por senderos muy largos. Casi al instante pasaron por mi mente imágenes de mi infancia y adolescencia, momentos para mí difíciles y hasta dolorosos. Todos ligados a momentos lluviosos.

Pero hubo un recuerdo en particular, que debo confesar no sé por qué me afecta tanto si a mi entender viví momentos más tristes que ese. En ese entonces yo tendría unos 12 años. Mis hermanas mayores estudiaban por la tarde, asì que yo quedaba en compañía de uno de mis hermanos, pero él -cosas propias de la edad, supongo- se molestaba porque a su parecer lo dejaban de "niñera" mía.

Así que esa tarde no fue la excepción. En cuanto tuvo la oportunidad, salió de la casa dejándome sola. Y de pronto, lo que comenzó como una ligera brisa se tornó en un fuerte torrencial. Presa del miedo a los rayos me quedé paralizada durante unos segundos y luego opté por arrodillarme en el sofá ubicado junto al ventanal de la sala.

Las gotas golpeaban las persianas con inclemencia y el agua caía con tal fuerza sobre el techo, que pensé que éste colapsaría. Deseé con todas las fuerzas de mi alma que mi hermano volviera pronto pero no fue así. Y, lo que inició como una lágrima que escapa de su prisión, se convirtió en un llanto agónico al punto de que mis ojos quedaron ardiendo y enrojecidos.

Mi hermano apareció cuando la lluvia amainó, es decir, poco antes del anochecer. Minutos después llegaron mis hermanas, luego mis padres. O sea, mi casa volvió a la normalidad... Nunca nadie sospechó de la tarde torturadora que ese día viví.

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.