
Hoy me cayó la moneda. Caí en la cuenta. Fue como si me quitaran una venda de los ojos para que pudiera entender todo muy claramente y dimensionar lo intenso de la situación. Lo que vi no me gustó para nada. Mucho menos, lo que sentí.
Porque en ese momento, con una sincronización que espanta, mientras 'vi' lo que había hecho sentí el peso de la responsabilidad que implica. Gotas de susto y remordimiento hicieron una escisión en el núcleo de mis emociones, provocando una reacción en cadena que levantó sobre mí un hongo de espanto similar al que se levantó sobre Hiroshima, aquel funesto 6 de agosto.
Aún desconozco los alcances de la radiación, pero sé que no me vienen horas en lecho de rosas. Reconocer que se tiene un problema de comportamiento no es cosa fácil, pero mis días de negación llegaron a su fin y me topé cara a cara con la realidad. Dura y fría, como una lápida.
Pero a lo hecho, pecho. No puedo volver sobre mis pasos. No puedo borrar el pasado de un manotazo, no puedo negarlo, ni ignorarlo. Sólo puedo seguir adelante. Asumir las consecuencias como la adulta que soy... y encomendarme al Señor.

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