jueves, 15 de octubre de 2009

De peras y ladridos


Mi primera reacción fue de enojo. Pero como ando tratando de alimentar mi mente con ideas sanas -entre terpias y libros, espero lograrlo-, medité sobre el asunto. Debo reconocer que aún estoy en el proceso de digestión, pero mi sentimiento al respecto cambió.

Si he de ser sincera, no sé si reírme o sentir pena. O si dar cabida a algún otro sentimiento. Pero el asunto no deja de tener su toque paradójico, y hasta cómico, diría yo:

Provengo de una familia materna que tiene muy arraigada la idea de que todos pueden opinar y hasta decirte qué hacer, por el simple hecho de tener un nexo familiar. Muy a su pesar, mi padre nos crió de otra manera. O por lo menos nunca cejó en el intento.

Por eso, en una de tantas, mi hermana explotó furibunda: "Mi tía X me preguntó que cuánto gano y que en qué gasto mi dinero... ¿ah, decime vos? Yo a mis 40 y tantos tengo que darle explicaciones pues... bueno en su mente loca. En todo están, llegamos a viejas y nunca nos dejaron en paz".

La retahíla, por supuesto, no se detuvo ahí. Las palabras salían de su boca cual madeja desovillada. Expuso cuanto recuerdo le vino a la mente de cómo las tías maternas han querido incidir en nuestras vidas, cómo -con sus preguntas casi siempre impertinentes- tratan de 'pedir cuentas' de cuánto hacemos, pensamos y sentimos.

Y en ese trajín saltó a la tía Y, quien por supuesto no tiene nada que envidiarle a la tía X. Una vez más, mi hermana puntualizó con pelos y señales las fastidiosas intromisiones de la pariente.

Yo la escuchaba muerta de risa. Ver su exaltación me causaba gracia. Quizá porque en algún momento del camino comprendí que el comportamiento de esta familia no cambiará sólo porque yo lo desee o porque me moleste. Así que decidí retirarme un poco, guardar silencio, no prestar oídos a los díceres y vivir mi vida en santa paz.

Pero recientemente sucedió algo que le dio un giro al asunto. Mi hermana, sí, esa, la furibunda, la que no acepta que se inmiscuyan en su vida, la que rechaza todo tipo de comentario/pregunta, la que manda a todos 'a ver si ya parió la chancha'... hizo exactamente lo mismo conmigo.

Por si quedó alguna duda... Sí, hizo eso: inmiscuirse en mi vida, comentar sobre cómo manejo mi tiempo con ese toque sarcástico que sólo mi madre podía superar. Y que, pooooooooor supuestooooooo, llevaba implícica la más acérrima de las críticas.

Yo al igual que ella, concibo inadmisible la intromisión. Sólo que reaccionamos de manera diferente. Durante muchos años yo acepté en silencio sus palabras mordaces y el día que me atreví a alzar la voz hubo una resquebrajadura en nuestra relación que nada ha podido enmendar. Ninguna habla al respecto, pero ambas sabemos que ahí dentro de nosotras algo se rompió.

Después de ese incidente (muy fuerte, por cierto) volví a guardar silencio. De vez en cuando me atreví a imitar a un perrillo que muestra los colmillos cuando se siente amenazado. Pero nada más.

¿Por qué la diferencia hoy, entonces? Sinceramente, no lo sé. Tal vez sea porque me harté, o tal vez no. Sea cual fuere la causa, la decisión es la misma: comprendo que mi hermana sufre de codependencia y juega su papel de controladora. Por lo tanto, si no hago lo que ella dice tal como ella lo desea, se enojará. Pues qué pena, ¿no?

Inicialemnte pensé en el famoso refrán: Quien habla de las peras, comerlas quiere. Pero ahora voy más allá. Hoy repito la reconocida frase: Si los perros ladran, es señal de que avanzamos...

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.