lunes, 6 de abril de 2009

Onomatopeya angustiosa



Luego de varios días fuera de mi centro de labores debido a motivos de salud, hoy me reintegré. Agradable sorpresa recibí al ver desfilar uno a uno, un grupo de aspirantes que llegaron para ser entrevistados. Tenemos una plaza disponible.
Por sus gestos, al salir de la oficina del jefe, más o menos podía deducir cómo le fue en la entrevista. Y de pronto reviví los momentos en que, sentada junto a mi otrora esposo e hijo, igualmente ispeccionaba a hurtadillas los rostros de quienes se alejaban de la ventanilla del Cónsul, dentro de la Embajada de Gringolandia.
A decir verdad nunca acaricié la idea de ir a pedir la famosa visa. Mi respuesta siempre fue la misma "¿yo? no mamita (o papito, según el caso), como no sé si me la van a dar, prefiero no gastar mi dinero". Y es que claro, tenés que pagar por el solo derecho de ir a sentarte ahí... a esperar el sí... o el no.
Pero mi respuesta dio un giro cuando mi hijo me dijo que como regalo de cumpleaños deseaba ir a Disney World. Así que ahí estábamos, en busca de tres visas para cumplir el sueño de un niño.
A medida que pasaba el tiempo, el clic-clic del sello de visa denegada se hacía más audible. Y constante. No acostumbrada a mentirle a mi hijo, me tocó explicarle eso cuando me preguntó qué significaba aquel singular sonido y el niño entró en pánico. "Mama, se la están negando a todo el mundo", me dijo, mientras limpiaba el sudor de sus manitos en el pantalón.
Su padre y yo cruzamos miradas. Al unísono comenzamos a darle palabras de aliento -siempre con el clic-clic incesante como música de fondo-, hasta que finalmente le dije que efectivamente, esos señores rubios y ojos azules que estaban tras las ventanillas, tenían tooooda la potestad del mundo para darnos o no, permiso de viajar a Estados Unidos. Pero que no se preocupara. Si no lo lográbamos, podríamos viajar... quizá al Canal de Panamá o algún otro destino cercano que él escogiera.
El clic-clic se hizo parte del ambiente. Y muy de vez en cuando veíamos desfilar a alguna persona con una sonrisa de oreja a oreja. Mi ex y yo nos volvíamos a ver y con una risita de complicidad decíamos a la vez: "¡Se la dieron!"
Hasta que llegó nuestro turno. El alma del niño no cabía dentro de su cuerpo. Tanta era su excitación, así que estuvo atento a la corta entrevista que sostuvimos con el Cónsul. Al finalizar, tomamos la mano de nuestro pequeño, dejando el angustioso clic-clic atrás...

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.