lunes, 31 de agosto de 2009

Prisionera



Llueve a cántaros y algunos de mis más profundos temores salen a flote. Un poco influenciados por la fantasía, otro poco por la realidad. Temo la caída de un rayo, la explosión de un transformador eléctrico, un cortocircuito fortuito… o cualquier otro evento que relacione agua y electricidad.

Trato de conservar la calma. Comienzo a llenar un crucigrama pero no me puedo concentrar, así que desisto para dedicarme a la tarea que más satisfacción me produce: escribir.

Un chisporroteo cerca de mi ventana me sobresalta. Mi corazón quiere saltar del pecho mientras le aseguro a mis hijos que todo está bien. Pues, ¿para qué estamos las madres si no es para hacer sentir a los niños que, pese a las circunstancias, todo estará bien?

No me gusta la lluvia. Si no fuera porque reconozco su valor en la producción de alimentos, diría que la detesto. Quizá sea porque cuando llueve, cual tierra suelta, se remueven los recuerdos. Tristes recuerdos. Y me siento aprisionada.

Mi espíritu no encuentra solaz en la cárcel de mi cuerpo, así como éste se siente aprisionado entre cuatro paredes. Porque mientras llueve a mares yo permanezco en cama, no me atrevo a asomar ni la nariz.

Me embarga la tristeza y mi cuerpo se encoge levemente. Lo detecto en la búsqueda inconsciente de la posición fetal.

Los pensamientos se agolpan en mi mente. Viajan a una velocidad extremadamente mayor al movimiento de mi mano y para cuando termino de escribir estas letras la lluvia ya ha cesado y mil pensamientos se perdieron en el limbo mental.

Así que, abandono mis reflexiones y vuelvo a tomar conciencia de mí misma y mi mundo circundante. Y me quedo cara a cara con este sentimiento que ya veré más luego, cómo disipar…

viernes, 28 de agosto de 2009

Mujer de la Tierra


No era la primera vez que las veía, pero sentí como si lo fuera. Ahí estaban imponentes, reposadas, dejando que el sol acariciara su silueta armoniosamente perfecta, simulando los hermosos pechos de una doncella embarazada.

Sí, realmente eso parecían. Esas dos montañas que se erigían de manera uniforme y captaron mi atención, estaban acompañadas de muchas otras, pero de una particularmente, cuya falda no bajaba hasta el seno de la Madre Tierra, sino que empalmaba con los pechos, emulando el vientre abultado y terso de una joven muchacha.

Y de pronto tomé conciencia: el color achocolatado de la tierra se parece al color moreno de la mujer nicaragüense, aunque ciertamente más oscuro… como el de la piel renegrida por el sol de tantas y tantas que trabajan arduamente como si no sintieran la inclemencia de los rayos solares. Pero es que son hembras bravas, fuertes, aguerridas. Enseñadas por una sociedad matriarcal y nacidas en medio de constantes luchas.

De pronto un torbellino de emociones inundó lo más profundo de mi alma. Y fue como si una gama de colores se tomaran de la mano con las diversas formas del paisaje para practicar una especie de danza de alabanzas al Señor.

El límpido azul del cielo se abría paso, casi a codazos, entre nubes grises propias de nuestra temporada de invierno y dejaba pasar una tenue luz que caía delicada sobre el verde pasto que cubría los cerros.

Los árboles con sus troncos y ramas aplicaban líneas tan diversas, tan firmes y dúctiles, tan torcidas y agraciadas, tan cercanas y distantes a la vez, que más que un paisaje real y tangible parecían una bella visión.

Ahí iba yo, rumbo a la ciudad de Matagalpa por asuntos de trabajo, teniendo la dicha de poder observar desde la ventanilla del vehículo en que viajaba. Respirando cálida y pausadamente. Apreciando el hecho de ser ‘parte de’. Tomando nota mental de la naturaleza circundante. Sintiéndome altamente bendecida por estar viva. Y sobre todo, agradecida por los toques maravillosos que la mano de un Padre Todopoderoso le dio a este mi hogar llamado Tierra.

Rebosante de amor hacia la naturaleza, me prometí hacer más de lo que hasta ese momento había hecho por cuidarla. No es suficiente no botar basura. No es suficiente no utilizar suavizante de ropa. No es suficiente marcar los desechos en ‘reciclable’ y ‘no reciclable’. También debo compartirlo con el mundo, alzar mi voz y repetirlo sin cansarme: somos responsables de entregar a nuestros hijos un mundo mejor del que recibimos. Cuidémoslo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Graduada sin honores... ¡pero graduada!


Las reacciones físicas no se hicieron esperar. Ahí estaba yo con sudoración fría, taquicardia y una espantosa ansiedad. Pero en medio de todo, la satisfacción se abrió paso: esa tarde me estaba graduando como ciudadana que usa el transporte colectivo.

Si he de ser sincera, debo reconocer que no me gradué con honores. Eso pude constatarlo al ver la marea de gente que se aglomeraba en la bahía, esperando que el bus apenas se acercara para literalmente lanzarse hacia ambas puertas. Todavía no sé si la premura por subirse se debía a procurar un asiento, o a garantizarse un cupo dentro de aquella gran caja metálica que en segundos quedaría convertida en una lata de sardinas.

No llegué a esos niveles por supuesto. Pero el panorama era para mí, más que intimidante. La institución donde laboro queda justo frente al parque de zona franca más grande del país, el cual es una verdadera ciudadela.

Así las cosas, no es difícil imaginarse las oleadas de gente cruzando la calle –rumbo a la acera donde me encontraba yo- a toda prisa para abordar uno de los cuatro buses que se mantenían en hilera, mientras el cobrador repetía a gritos la ruta a seguir, antes de zarpar atestado, para ser inmediatamente repuesto por alguna otra unidad que llegaba.

Me sentí perdida. No sólo porque tenía 15 años de no abordar buses del sistema urbano de transporte colectivo, sino porque la única ruta que yo conocía (la encuesta que me llevó días levantar, indicaba que la ruta 266 era la indicada para salir de aquel hormiguero) no se detenía en la parada. Y entré en pánico.

Como es de suponer, al no ser usuaria constante de los buses, desconozco qué bus de me lleva dónde. Y hace tres meses que comencé en mi actual puesto de trabajo, me tocó indagar cómo llegar a mi oficina y luego regresar a mi casa en bus, puesto que pagar taxi ida y vuelta, fácilmente podría representar un 28% de mis ingresos mensuales, debido a la distancia por recorrer.

Así que mi miedo no era nada infundado. Mi mente viajó a velocidades insospechadas para obtener un claro panorama del asunto. ¿Qué pasaría si no abordaba esa ruta? No me atrevía a subirme en otra, no había taxis disponibles y aunque así fuera, recién regresaba de un viaje al norte del país donde había gastado todo mi efectivo.

Con mi vocecita de ‘yo no fui’ le pregunté a un muchacho que estaba junto a mí: ¿vos, por qué la 266 no se detiene?. Su respuesta me abrió los sentidos: “porque la gente se está subiendo en la acera de ‘la zona’ y como se llena, pasa de viaje”.

Me fui entonces, como pez nadando contra corriente. Mientras todos los trabajadores de la zona franca se cruzaban a la acera de mi institución, yo iba hacia la de ellos. Mi impericia peatonal me hizo detenerme en varias ocasiones, a fin de evitar que mis últimos minutos de vida se parecieran a los de un insecto que tontamente se deja ver por los humanos y fallece aplastado.

Finalmente logré cruzar los cuatro carriles y abordé el bus que, efectivamente iba lleno hasta el alma. “Pasen pasen pasen a ver señores disculpen la molestia y caminen hasta el fondo allá va la fila con la señorita de blusa blanca pásenle por favor la salida es atrás sigan la fila con el joven de gorra negra cooperemos por favor pásenle hasta el fondo…”

Ni la voz estridente del cobrador –que hasta la fecha no sé cómo hace para rezar semejante retahíla sin recargar sus pulmones de oxígeno- , ni el terrible calor, ni el roce de la masa de gente que pasaba “hasta el fondo”, ni ninguna otra molestia me quitaron lo bailado. ¡Había abordado exitosamente mi bus!

Así que, a partir de ayer… contando en mi haber la vivencia de un terremoto, el paso de huracanes, guerra civil, alistamiento en el Ejército, alfabetización rural, un accidente automovilístico, dos cesáreas, una extracción de vesícula… (entre un sinfín de cosas más) y mi abordaje de la ruta 266 junto a los trabajadores de la zona franca, creo que puedo decir con convicción, que estoy lista para cualquier cosa. He dicho.

domingo, 23 de agosto de 2009

En su cumple, papi...



"Nitos: no debés estar triste porque mi papa ya no está. Sinceramente creo que debés estar alegre porque vos, más que ningún otro hijo, lo disfrutó..." (Frase expresada por mi hermano).

A medida que la marcha de los minutos me acercaba más a este día, mi fuero interno libraba con más ahínco la batalla contra la tristeza. Hoy mi padre estaría de cumpleaños y aunque es irremediable sentir con fuerza su ausencia, prefiero recordar algunos de los grandes regalos que me brindó durante su estadía en esta tierra.

El primero y uno de los más importantes, fue cuando me enseñó a leer. Yo tenía tres años. Y desde entonces llevo grabada en mi memoria la escena: él a mi lado, yo con el libro Coquito, cuya portada era celeste y tenía la imagen de un niño con gorra.

A continuación, otros momentos, que sin ir en orden cronológico ni de importancia, se agolpan en mi mente. Así, recuerdo cuando...

Me daba dos córdobas cada mañana. Gran capital para una niña de cuatro años.

Compraba pan de queso al señor que se estacionaba en su jeep frente a la casa, pues era el que me gustaba.

Me cedía su huevo del desayuno, porque a mí no me gustaba cómo habían preparado el mío.

Me cargaba en sus brazos para que yo pudiera tocar el cielo raso y decirle "mire papi, soy más alta que usted".

Me hacía cosquillas con su barba y bigote.

LLegaba a ver si yo tenía fiebre, cuando estaba enferma.

Golpeaba la puerta de mi cuarto, cada mañana, avisando que era hora de levantarse para ir al colegio.

Apagaba la tele para prestarme atención cuando yo quería contarle algo.

Se le quebró la voz, debido a la emoción, cuando oficiaba mi boda civil.

Le conté que estaba embarazada y su primera reacción fue decirme "tenés que cuidarte mucho, alimentarte bien, dormir bastante...."

Cargó en sus brazos por primera vez, a mi hijo Ricardo.

Reía a carcajadas.

Nos contaba anécdotas de su niñez, a mis hermanos y a mí, mientras lo rodeábamos en su cama.

Me regaló mis primeros libros: El Diario de Ana Frank y El Principito.

Llegó a visitarme mientras yo cumplía mi período de entrenamiento militar, cuando me uní al Ejército. (Tuvo que subirse a incómodos camiones militares, a lo cual no estaba nada acostumbrado).

Lo encontraba jugando pelota con mi hijo, al yo regresar del trabajo.

Me enseñó a llenar Crucigramas. Práctica que aún conservo.

Me consoló y aconsejó por mi primera decepción amorosa.

Me visitaba por las mañanas, los fines de semana y me llevaba mi queso preferido.

Me dijo que se sentía bien, una tarde antes de su muerte....

Por esto y mucho, mucho más, no puedo menos que agradecer haberle tenido en mi vida, sentirme bendecida y sumamente amada.

(Y sí hermano, tuviste razón al decirme que no debo sentirme triste porque mi papi partió, sino feliz por todo el tiempo que compartí con él).

Allí donde está papi: desde el fondo de mi corazón, ¡gracias!

sábado, 22 de agosto de 2009

Soy



Gracias Alfonsina Storni, por tan hermoso poema...

Soy suave y triste si idolatro, puedo
bajar el cielo hasta mi mano cuando
el alma de otro al alma mía enredo.
Plumón alguno no hallarás más blando.

Ninguna como yo las manos besa,
ni se acurruca tanto en un ensueño,
ni cupo en otro cuerpo, así pequeño,
un alma humana de mayor terneza.

Muero sobre los ojos, si los siento
como pájaros vivos, un momento,
aletear bajo mis dedos blancos.

Sé la frase que encanta y que comprende
y sé callar cuando la luna asciende
enorme y roja sobre los barrancos.

Datos personales

Mi foto
Managua, Nicaragua
Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.