miércoles, 26 de agosto de 2009

Graduada sin honores... ¡pero graduada!


Las reacciones físicas no se hicieron esperar. Ahí estaba yo con sudoración fría, taquicardia y una espantosa ansiedad. Pero en medio de todo, la satisfacción se abrió paso: esa tarde me estaba graduando como ciudadana que usa el transporte colectivo.

Si he de ser sincera, debo reconocer que no me gradué con honores. Eso pude constatarlo al ver la marea de gente que se aglomeraba en la bahía, esperando que el bus apenas se acercara para literalmente lanzarse hacia ambas puertas. Todavía no sé si la premura por subirse se debía a procurar un asiento, o a garantizarse un cupo dentro de aquella gran caja metálica que en segundos quedaría convertida en una lata de sardinas.

No llegué a esos niveles por supuesto. Pero el panorama era para mí, más que intimidante. La institución donde laboro queda justo frente al parque de zona franca más grande del país, el cual es una verdadera ciudadela.

Así las cosas, no es difícil imaginarse las oleadas de gente cruzando la calle –rumbo a la acera donde me encontraba yo- a toda prisa para abordar uno de los cuatro buses que se mantenían en hilera, mientras el cobrador repetía a gritos la ruta a seguir, antes de zarpar atestado, para ser inmediatamente repuesto por alguna otra unidad que llegaba.

Me sentí perdida. No sólo porque tenía 15 años de no abordar buses del sistema urbano de transporte colectivo, sino porque la única ruta que yo conocía (la encuesta que me llevó días levantar, indicaba que la ruta 266 era la indicada para salir de aquel hormiguero) no se detenía en la parada. Y entré en pánico.

Como es de suponer, al no ser usuaria constante de los buses, desconozco qué bus de me lleva dónde. Y hace tres meses que comencé en mi actual puesto de trabajo, me tocó indagar cómo llegar a mi oficina y luego regresar a mi casa en bus, puesto que pagar taxi ida y vuelta, fácilmente podría representar un 28% de mis ingresos mensuales, debido a la distancia por recorrer.

Así que mi miedo no era nada infundado. Mi mente viajó a velocidades insospechadas para obtener un claro panorama del asunto. ¿Qué pasaría si no abordaba esa ruta? No me atrevía a subirme en otra, no había taxis disponibles y aunque así fuera, recién regresaba de un viaje al norte del país donde había gastado todo mi efectivo.

Con mi vocecita de ‘yo no fui’ le pregunté a un muchacho que estaba junto a mí: ¿vos, por qué la 266 no se detiene?. Su respuesta me abrió los sentidos: “porque la gente se está subiendo en la acera de ‘la zona’ y como se llena, pasa de viaje”.

Me fui entonces, como pez nadando contra corriente. Mientras todos los trabajadores de la zona franca se cruzaban a la acera de mi institución, yo iba hacia la de ellos. Mi impericia peatonal me hizo detenerme en varias ocasiones, a fin de evitar que mis últimos minutos de vida se parecieran a los de un insecto que tontamente se deja ver por los humanos y fallece aplastado.

Finalmente logré cruzar los cuatro carriles y abordé el bus que, efectivamente iba lleno hasta el alma. “Pasen pasen pasen a ver señores disculpen la molestia y caminen hasta el fondo allá va la fila con la señorita de blusa blanca pásenle por favor la salida es atrás sigan la fila con el joven de gorra negra cooperemos por favor pásenle hasta el fondo…”

Ni la voz estridente del cobrador –que hasta la fecha no sé cómo hace para rezar semejante retahíla sin recargar sus pulmones de oxígeno- , ni el terrible calor, ni el roce de la masa de gente que pasaba “hasta el fondo”, ni ninguna otra molestia me quitaron lo bailado. ¡Había abordado exitosamente mi bus!

Así que, a partir de ayer… contando en mi haber la vivencia de un terremoto, el paso de huracanes, guerra civil, alistamiento en el Ejército, alfabetización rural, un accidente automovilístico, dos cesáreas, una extracción de vesícula… (entre un sinfín de cosas más) y mi abordaje de la ruta 266 junto a los trabajadores de la zona franca, creo que puedo decir con convicción, que estoy lista para cualquier cosa. He dicho.

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.