Estas leras no obedecen a la suerte de moda que se vive en esta temporada, en la que la gente va por allí gritando al viento –para que éste las esparza por los cuatro puntos cardinales- las dichosas metas del año nuevo. No.
Lo mío más bien es un proceso muy similar al que hago cada noche, cuando, metida en mi cama, hago un repaso mental de las acciones del día. Esto, más bien diría, es parte de mi sistema de depuración. Catarsis.
Confieso que pospuse el momento. Quizá porque de alguna manera sería echar sal a la herida, recordar dónde me aprieta el zapato, obligarme a reinventarme … y eso es lo más difícil. Pero bueno…
A simple vista el 2010 me parece un mal año. Perdí cosas valiosas. Se truncaron de manera inesperada, caminos que nunca esperé. Quienes me han acompañado en el ir y venir, recordarán por ejemplo, la muerte de mi amado sobrino. Una verdadera tragedia para mí, para su madre, para todos. Un dolor espantoso que nada logró extirparme del pecho, me acompañó durante semanas enteras hasta que comprendí –una vez más- que la Muerte arranca trozos de tu alma dejándote ese huequito que nadie llena.
Lo bueno es que en algún momento recordé algo importante: que la muerte da paso a la vida, que el vacío deja espacio libre para llenarte con cosas nuevas y mejores, que las noches frías sólo preceden al calor que te brindan las manos amigas.
Y en la medida en que continúo mi recuento, como por arte de magia el déficit se convierte en superávit. La pérdida en ganancia. El faltante, en abundancia. Pues resulta que aprendí y re-aprendí a valorar lo que tengo... y lo que no, también. Lo que un día tuve y aquello que aún no llega.
Sentí a manos llenas y corazón abierto el amor de mis amigos, ángeles incomparables sin cuyo sostén muchas veces habría caído… y otras tantas, no habría podido levantarme. Y en la misma tónica celestial, pude sentir el amor del Padre, sin cuya bendición no estaría aquí ahora.
El cierre de oro, me parece, está en el reconocimiento que hice de mí misma. De mis virtudes y defectos, de mis aciertos y desaciertos… los segundos, siempre brindándome la hermosa oportunidad de crecer y avanzar. Veo entonces, que a la postre, el 2010 fue un año maravilloso. Lleno de desafíos, pero también repleto de esperanza, de valor, de crecimiento personal, de amor y amistad pura.
Gracias Dios por esta oportunidad. Gracias padres, porque me dieron la vida y aunque ya no están físicamente conmigo, viven dentro de mi corazón. Gracias, familia. Gracias amigos… porque, tal como dicen las Escrituras: amigo hay más unido que un hermano.
Que el 2011 se abra ante nosotros como un caminito angosto que nos conduce hacia la plenitud y el gozo. Paz y prosperidad para todos.


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