La recuerdo de cuando yo era niña. Una mujer lozana, regordeta, morena. Siempre sana. De carácter fuerte. Y brava, bien brava. Pero cuando reía, lo hacía a carcajadas, dejando al descubierto dos hermosos camanances.
Como diría mi bien amada Mafalda, ella y yo nos graduamos el mismo día. Ella de madre, yo de hija. Y durante mucho tiempo no comprendí bien sus vaivenes. Ni ella los míos, creo. Pero ahí íbamos, juntas en el viaje por la vida. Total, no nos quedaba de otra, ¿verdad?
Y las cosas mejoraron. Los silencios incómodos se volvieron largas horas de charla. A veces de madre a madre. A veces de madre a hija. Pero sólo éramos dos. Ella y yo. Dos almas solitarias e incomprendidas que tenían mucho para dar y necesitaban recibir.
Nunca fuimos las mejores amigas, pero limamos asperezas. Eso es lo que importa. Porque comprendí a tiempo que era buena. Mujer de bondades y sincera. Luchadora por la vida hasta el último aliento.
A tiempo logré entender que tras esas acciones duras se escondía un corazón lleno de amor, que no sabía encontrar el cauce. No sabía cómo entregarse, pues nunca se lo enseñaron. O quizá, simplemente nunca lo aprendió.
Y ahí estaba mi madre. Criando seis hijos junto a mi padre. Enseñándonos el amor a Dios y el servicio al prójimo. Y, como me dijo Poncho -durante una de esas pláticas de corazón que suelen tener los hermanos-: no es que al morir se volviera una santa. Cometió muchos errores. Fuertes. Grandes. Pero ahora prefiero recordar lo bueno. No cuenta nada más.
Por eso, ahí estaba yo, junto a su cama en el hospital mientras agonizaba. Y mientras rodaban mis lágrimas pedí perdón por no ser mejor hija. Y le perdoné por no ser mejor madre. Pero dimos lo que pudimos. Y nos amamos. Y en muchas cosas, nos identificamos.
En mañanas como ésta, la extraño. Y la recuerdo. Pero no como la mujer enferma que se sentaba en silencio anhelando más agua de la que permitía el médico. La recuerdo de cuando era niña. Una mujer lozana. Siempre sana. Este 30 de mayo, Día de las Madres no visitaré su tumba: le rendiré un homenaje en mi corazón.

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