jueves, 29 de mayo de 2008

Jamás besada


Allí estaba yo, sin saber qué hacer y muerta de vergüenza. Suplicándole en silencio a toda la Corte Celestial que mi 'novio' desistiera de besarme. Para mí, el rollo no era que jamás había recibido un beso en los labios. En realidad, en ese momento, ¡¡eso era lo de menos!!

"Si me besa, ¿dónde pongo la nariz?", pensé. Ése era mi principal dilema. La lógica me indicaba que si dos rostros se ponen de frente -como suponía yo, debía ser al besarse-, el choque de las narices era inminente, cual si fueran dos pequeños trenes que viajan hacia un mismo punto y en los mismos rieles.

Mientras escribo estas letras, 8 minutos antes de la medianoche y a más de 300 kilómetros de mi casa, trato de recordar el nombre del joven en cuestión. Nada. No acude a mi mente. Pero la escena del primer beso está tan clara como si ocurrió ayer. Y no precisamente por resultarme un momento placentero.

De ese muchacho recuerdo algunos rasgos. De tez clara, pelo castaño y ojos verdes, redondos, como los de los dibujos animados japoneses. Pensándolo bien, ahora no sé discernir si su mirada era de bobalicón o de enamorado... porque no me despegaba los ojos y casi ni pestañeaba.

Y siempre que se acercaba, así despacio, como para ir domesticando a la fiera y luego caerle con el beso, siguiéndole el ritmo, yo me alejaba. Durante varias noches jugamos con esa especie de danza, hasta que llegaba el momento en que ni yo podía hacerme un milímetro más hacia atrás sin caer sentada, ni él hacerse hacia adelante sin caer de bruces.

Hasta que sucedió. Sus labios carnosos se posaron sobre los míos y fueron apagando la pregunta que de una vez por todas me atreví a pronunciar y que ustedes ya conocen: "¿dónde pongo la nariz?". Con sus manos tomó tiernamente mi rostro y él ladeó un poco el suyo, evitando milagrosamente, el ‘choque de los trenes’.

¡Julio! Acabo de recordar (16 minutos después de comenzar este escrito) que así se llamaba el muchacho de mirada verde y bobalicona, que muy a mis 18 años me inició en los primeros pasos del arte de besar. Y que, quizá sin darse cuenta, me hizo comprender que aunque no sea de amor, el primer beso siempre tiene un espacio, en el recuerdo y el corazón.

Nota de la autora
: Como es de suponer -puesto que ni el nombre del pretendiente recordaba- este dizque noviazgo no superó la barrera de los 15 días de existencia.

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.