viernes, 25 de septiembre de 2009

Soy Mamacita, ¡a mucha honra!

Los niños son bonitos, cuando son hijos de otros. Durante 27 años, ese fue mi lema. O sea, hasta el día en que me tocó parir. Siempre pensé, ¿Yo, mamá? Naaaaa. Es que, encima de que recién nacidos son feos (porque todos los tiernos parecen ratones, no me digan que no), mucho friegan. A medida que crecen se evidencia que traen incluidas unas baterías eternas, qué demonio de Tazmania ni qué nada.

Eso no es todo. Justo cuando los estás chineando (cargando en brazos) se les ocurre mear y ... ya saben qué. Ah, o si no, vomitar. Y se sientan. Y se paran. Y se vuelven a sentar. Y se vuelven a parar. O hacen el mismísimo gesto cuatrocientas mil veces. Pero como la mamá está a la par tuya, te toca reír a carcajadas la misma cantidad de veces como si te estuvieras muriendo a punta de diversión.

No, qué va. Por eso siempre pensé que no sería madre. La verdad es que -por dicha- nunca me atreví a apostar mi cabeza ni nada parecido, pero estaba casi segura de que no tendría hijos. "No tengo paciencia para eso", argumentaba. Y encima limpiar caca, limpiar vómitos, levantarte a dar de comer cada tres horas. Paso.

Pero dije "casi segura"... ¿se fijaron?. Así que en ese casi es que salí embarazada de mi primer hijo. Y mi vida dio un giro de 180 grados y quedé viendo hacia donde antes daba la espalda. Claro, lo primero que me dio cuando me entregaron el resultado del examen de sangre fue susto. Ups, voy a ser mamá, ¿y ahora qué?

Porque hasta donde sé, los cipotes no vienen con un manual bajo el brazo. Púchica. Pero también sentís emoción. Chocho, un niño. ¿Cómo irá a ser? ¿Pelo liso como yo, o crespo como su papá? ¿Mujercita? ¿Varoncito? ¡Ihhhh! ¿Y si nace enfermo? Ay Señor, ojalá que no. Y entonces te invade el temor.

Ah, pero cuando te da la primera patada, cuando te hace recordar que una vida crece en tu vientre, eso no tiene precio, aunque para lo demás exista Master Card. Y eso es tan sólo el comienzo. Escuchar los latidos del corazón, verlos chupándose el dedo por medio del ultrasonido. Sentir que se da volantines cuando le cantás.

Poner un dedo para que lo sujete con sus deditos. Sentir su cuerpecito frágil. Acompañarlo durante su etapa de crecimiento y estar presente cuando pronuncia su primera palabra (no importa si dice "papa" cuando sos vos la que te matás cuidándolo). En fin.

Esto de ser mamacita es cosa del otro mundo. Nadie dijo que sería fácil. De hecho, la carga emocional, la responsabilidad, el crecer ‘a penca’ (tal como le dije recientemente a una amiga: con este embarazo te tocó convertirte en adulta, ni modo), los miedos, los no-sé-qué-hacer porque se metió un objeto en la nariz mientras corrés muerta de susto hacia la casa vecina o llamás por teléfono a tu progenitora (que, claro, luego de criar a seis hijos, ver crecer a 13 sobrinos y 8 nietos previos al tuyo, está más que curada), no son ni la mitad de lo todo lo que encierra traer un hijo al mundo.

Ciertamente, como lo expresó Quino por medio de su magistral personaje Mafalda, quien le dijo a Raquel, su madre que ambas se graduaron el mismo día. Esto, en clara alusión al día de su nacimiento. Pero a partir de ese momento comienza una nueva etapa (la anterior fue el embarazo, pese a los terribles achaques y antojos insatisfechos), llena de gozo y satisfacciones.

Las papillas que zampás jugando al avioncito, las sonrisas espontáneas, las preguntas (como la que me hizo mi hijo a los cuatro años: ¿por qué si la luna está en el cielo, no nos cae encima?) constantes y los interminables ‘por qué’, el primer día de clases, las primeras letras, el alcance de cada etapa. El crecimiento físico, emocional y espiritual…

No he recorrido ni la mitad de mi camino, y cuando vuelvo la vista atrás siento que apenas pasó un pestañazo. Pero, todos lo sabemos: ha sido mucho más que eso. Ha sido el andar por un camino desconocido, tomados de la mano. Sonriendo, llorando, enfrentando sustos, sobrellevando adversidades, cosechando satisfacciones, compartiendo, acercándonos, alejándonos, guardando silencio, hablando sobre todo…. O casi todo.

A veces deseo recoger mis maritates y abandonarlo todo. Me frustro, me entristezco, me canso. Pero luego del bajonazo viene la subida. Y retomo la senda, y vuelvo a disfrutar. Y reconozco las satisfacciones eternas que me producirá ser madre. Y me siento altamente bendecida, llena, feliz, complacida. Me gusta ser madre. Me gusta ser mujer.

Quienes han parido y conservado de buena gana a sus hijos, estoy segura, me darán la razón. Así que, un 'viva' para las Mamacitas, como yo.

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Como todos en este mundo, tengo virtudes y defectos. Pero creo que lo más importante para mí, es saber ser amiga, de las que se quitan la camisa para dársela al que la necesita. Fiel a más no poder, sincera, y muy reservada. Amo la buena ortografía y me cuido de tenerla; periodista de profesión y de corazón, madre por decisión. Pero, ¿quién mejor que mis amigos para describirme? Así que esa tarea se la dejo a ellos.