23 de junio: Día del Padre Nicaragüense
Su recuerdo me ha acompañado desde los 13 años. Moreno, muy delgado,cabello crespo, siempre corto y peinado hacia atrás. Usaba lentes y unos pantalones flojos que por algún motivo captaron mi atención.
El padre Gustavo Villada, era el jesuita encargado del primer curso en el Colegio Centro América, donde estudié secundaria. Su oficina siempre estaba llena de alumnos y aunque él se nos mostraba muy amigable, nunca la pensó dos veces si debía llamarnos la atención.
Recuerdo cuando, llorando, llegué a su oficina. "Padre, estoy confundida. He pensado que si Dios no existe, pasaré una vida creyendo algo que no es", le dije. Su respuesta me pareció lógica: "Si crees en Dios y no existe, no pasa nada; pero, ¿y si dejás de creer y realmente existe?"
Me compartió su punto de vista al respecto y cerró sus palabras con esto: "hija, no es pecado preguntarse, al contrario, cuando nos preguntamos es cuando nos esforzamos por encontrar respuestas. No te sintás culpable por haber dudado". Me ayudó a tener mi conciencia tranquila en un momento crucial de mi vida. Regresó a su natal Colombia y nunca más supe de él.
En cambio, del padre Ignacio Astorqui, siempre tenía noticias. Lo conocí a los 16 años. Biólogo y científico español, me dio clases de Química y de Biología. Su característica frase "pero qué insensatez, caramba" creo que aún resuena en los oídos de muchos ex alumnos. A mí lo que más me impactó era su manera de entregarse. Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba.
Nunca se cansaba de explicarnos cómo coleccionar mariposas, criar peces, hacer injertos, y muchas otras tareas que realizaba para hacernos más amenas las clases. Como escribió en mi libro de recuerdos: lo importante no es la química o la biología, sino la influencia que ejerció en mí como ser humano. Falleció hace varios años, el día de mi cumpleaños...
Pero, la mayor influencia emocional que un jesuita ejerció en mí, provino del padre Ignacio Amézola. Mi generación tuvo el privilegio de ser el último grupo en recibir clases de Matemáticas con él. Su mente extremadamente lúcida contrastaba con su cuerpo gastado y cansado. Dulce, amoroso, comprensivo. Lo adoraba y le buscaba cada vez que tenía problemas en mi casa, cuando tenía yo 17 años.
"Te quiero como supongo que un abuelo debe querer a una nieta", me dijo. Y me quebró. Porque yo también lo amaba como a un abuelo, de hecho estuvo más cerca y cuidando de mí, más que mis abuelos de sangre. Falleció en Granada, lejos de su tierra natal (España). Y pese a los años, su ausencia aún me pesa.
Los ojos bonachones del padre Amézola no se parecían en nada a los ojos azul intenso del padre Iñaki Zubizarreta. Su mirada se posó sobre mi cara de conejita asustada cuando yo tenía 14 años y cursaba segundo año.
Sin embargo, la amistad entre él y yo, así como la llegada de sus sabios consejos, la viví a los 18 años. En ese entonces yo estudiaba el primer año de mi carrera, en la Universidad Centroamericana, que también pertenece a la Compañía de Jesús (de ahí que se les diga jesuitas), adonde él había sido trasladado unos años antes.
Me recordaba mucho a mi papi. Siempre tan lógico, hilvanando ideas con la facilidad con que hilvana tela una costurera. Su principal legado fue hacerme comprender que la vida no siempre nos birndará un porqué. "Hay cosas que son porque son", me dijo, "escapan de tus manos y de tu voluntad. Lo importante es aceptarlas como vienen y saber enfrentarlas". Lo último que supe fue que estaba en El Salvador...
Pero el padre principal es el mío. Coprotagonista de mi vida desde el momento en que me engendró. Las primeras lecciones suyas que recuerdo, son de cuando yo tenía 3 añitos y él me enseñó a leer. Pero, las otras, las lecciones de vida, me las brindó a manos llenas hasta el último día que lo vi con vida, la tarde del 30 de septiembre de 2004.
"No hay nada que el tiempo no cure", me dijo cuando yo, llorando a mares, le conté que aún amaba a mi novio pero lo terminé por considerar que era lo mejor para mí. Y una vez más, tuvo razón. El tiempo lo cura todo, por eso sé que algún día sanará la herida que dejó su partida.
Por eso y mucho más, a mi padre y los demás padres: estas líneas con amor.